La primera novela de Martínez Ruiz (quien le roba el nombre al protagonista y lo convierte en su pseudónimo Azorín) fue La Voluntad en 1902. Una de las mayores características de esta obra es que se trata de una metáfora poética por sus valores estrictamente literarios, además de la significación entre el presente y el pasado. Se puede entender como una autobiografía moral e intelectual debido, no sólo a la historia que narra, sino también a la estructura que utiliza. Está compuesta por una forma discursiva innovadora que ayuda al lector a encaminarse hacia un determinado significado que el autor quiere inculcar al lector: el sentimiento de claudicación de un grupo de intelectuales que habían creído en una posible regeneración económica, cultural y política de España del siglo XIX y los hombres del 98 que se entregaron a la literatura.
Otro de los rasgos que caracterizan a la novela es la insistencia de lo religioso. El prólogo comienza introduciendo aspectos que dirigen al lector hacia el campo de lo eclesiástico. Durante toda la obra podemos observar como el autor hace un detalle minucioso de cada uno de los elementos característicos de la religión en la ciudad, desde campanas hasta torres de iglesias, cuadros, curas y beatas.
Se une además la insistencia en los aspectos religiosos con el determinismo naturalista. Toda la vida de la novela está ciertamente condicionada por lo eclesiástico y por el espíritu de los habitantes del pueblo. El novelista enfrenta lo religioso con lo civil.
Los personajes que aparecen en la novela son puramente religiosos, algunos escépticos y sobretodo se preguntan mucho por el porqué de las cosas. Indagan profundamente en cada tema que les aflige. Puche, clérigo de voz dulce y susurrante, ser convincente que arrastra el pensamiento del oyente con todo tipo de recursos lingüísticos. Justina, joven pronta a la abnegación y al desconsuelo, recoge las palabras del maestro. Es muy impresionable y se entrega a la voluntad de Puche quien le transmite que la vida es continuo dolor y que los hombres deben ser buenos, pobres y sencillos y los grandes tienen que ser humillados y los humildes ensalzados.
Martínez Ruiz se basa en aspectos de libros de Schopenhauer, entre ellas la más importante: el mundo como voluntad y representación. El filósofo alemán se basa en el pesimismo y la voluntad. Para él el mundo no es sino una representación subjetiva, aunque lo conocemos y lo vivimos. Para vivirlo es preciso la voluntad, que no es sino eterno desear y, por ello, un permanente estado de inquietud e insatisfacción. La voluntad del hombre es, pues, voluntad atormentada y, como es la voluntad del mundo (de nuestro mundo) éste es un mundo irresuelto, carente de sentido. No queda otra salida, si se quiere la liberación del dolor, que la negación de la voluntad, del desear, de la insatisfacción. Y esto sólo se consigue huyendo del mundo (lo subjetivo) para pasar a un estado contemplativo (lo objetivo).
La postura intelectual de los personajes de Puche y Yuste no deja de tener algo en común. Para Puche, el sacerdote, el presente carece de sentido, es un tránsito. Para Yuste, todo es pasar. Sin embargo tienen dos modos distintos de encarar la realidad y la vida.
Azorín entiende que el único modo de cambiar la sociedad es la fuerza y acude durante la obra al maestro para significarle su condición de adhesión. Temas sobre la propiedad, regeneracionismo y el caciquismo, la metafísica y la sociología, la fugacidad del artista o la vulgaridad religiosa y política se pueden apreciar en la novela.
Es una novela selectiva en la que priva la elipsis. Más que ante capítulos nos hallamos ante cortas impresiones de momentos de especial intensidad.
Pero Martínez Ruiz, en La voluntad, va más lejos, porque no nos presenta necesariamente fragmentos intensos. Casi podemos decir que sucede lo contrario. Así, la relación entre Justina y Azorín no se narra en sí.
El autor nos había advertido ya anteriormente que su personaje era como un símbolo, pero La voluntad es todavía una novela crítica en la que las cartas finales dejan la esperanza de una vida nueva. El Martínez Ruiz firmante de dichas cartas a Baroja se resiste a creer que Azorín se haya dejado vencer definitivamente. Confía en un retorno a la lucha.
Y así otorgamos a La voluntad el sentido de ser metáfora de la biografía intelectual de unos escritores que pasaron de la crítica y la protesta, de la denuncia y la oposición, a la contemplación, a la literatura descriptiva o creadora de paisajes y al encierro en su propio yo.
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