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jueves, 2 de mayo de 2013

La ruta de Don Quijote, Azorín




La estrecha relación de Azorín con el periodismo se ve reflejada en La ruta de Don Quijote, que escribe tras su viaje por Castilla-La Mancha. 
En 1905, con motivo del tercer centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote y por encargo del diario El Imparcial - dirigido entonces por José Ortega Munilla, padre de José Ortega y Gasset- Azorín comienza una ruta que, durante quince días, le llevará a visitar los lugares manchegos más emblemáticos en la obra de Cervantes: Argamasilla de Alba – más conocido como “Cinco casas”- Puerto Lápice, Ruidera, Campo de Criptana, El Toboso y Alcázar de San Juan.
Viajar por la llanura manchega a comienzos del siglo XX era muy diferente a hacerlo hoy, ya que Azorín realizó la mayor parte del trayecto en carro (según dice, tardó ocho horas en recorrer los escasos treinta kilómetros que separan Argamasilla de Ruidera y veinte horas en ir y volver de Argamasilla a Puerto Lápice) y acompañado en todo momento de un arma, aconsejado por José Ortega Munilla, que antes de partir le dijo: "en todo viaje hay una legua de mal camino". 
La obra está compuesta por 15 crónicas que tras publicarse en “El Imparcial”, no tardaron en unirse en un libro. 
“Yo creo que le debo contar al lector, punto por punto, sin omisiones, sin efectos, sin lirismos, todo cuanto hago y cuanto veo”. Esta frase aparece en La ruta de Don Quijote, y efectivamente es lo que hace Azorín. Describe minuciosamente cada palmo del paisaje que va viendo en el trayecto, y reproduce tal cual las conversaciones que tiene con las personas con las que se va encontrando, transportando al que lee a esos pueblos manchegos. Además, va enlazando pasajes de El Quijote con los sitios en los que está en cada momento, haciendo que el lector conecte la realidad con la ficción de la novela de Cervantes.
Azorín comienza su relato con el momento en el que va a partir hacia los pueblos manchegos, y reflexiona sobra la vida del periodista. Prosigue con su trayecto en el tren, donde mantiene una conversación con otros dos pasajeros que se dirigen como él, a Argamasilla de Alba, pueblo al que los lugareños llaman “Cinco Casas”.
Una vez en Argamasilla, lo acogen unos días en una casa donde le cuentan la historia del municipio, y vive el día a día de los orgullosos argamasilleros, convencidos de que Cervantes escribió su obra maestra El Quijote en una cueva del pueblo, donde estuvo preso. No permiten que Azorín dude de este hecho, ya que es el gran orgullo de Argamasilla de Alba.
Azorín se dirige en carro esta vez, para continuar su ruta quijotesca. Se aloja en un mesón en Puerto Lápice, pueblo en el que Don José Antonio – un curioso lugareño que edita él solo un periódico local-  lleva al escritor al lugar donde se encontraba la famosa venta en la que Don Quijote fue armado caballero. 
El siguiente destino fue Ruidera, donde se sitúan las famosas lagunas. Aquí solo descansará el autor, para seguir hacia la Cueva de Montesinos. En el camino, Azorín hace referencia a lo relativas que son las distancias en la Mancha: “una tirada” son 6 u 8km, “estar cerca” equivale a unos 2km y “estar muy cerca” quiere decir que todavía queda por recorrer un kilómetro largo.
En Criptana destacan los molinos de viento y una de las escenas más famosas vividas por Don Quijote, en su lucha contra los gigantes que veía. Cuenta Azorín que los molinos eran una novedad en la época de Cervantes, ya que se implantaron en la Mancha en 1575. En Criptana no se sienten orgullosos de que Don Quijote pasara por el pueblo, sino de que lo hiciera Sancho Panza, ya que según el escritor los habitantes del pueblo son su viva imagen.
Después llega Azorín a El Toboso, lugar emblemático también por el personaje de Dulcinea del Toboso. Pasa el autor de esta ruta por la casa de la misma, llamada en realidad Doña Aldonza Zarco de Morales. 
Aquí todos los habitantes hablan con la mayor naturalidad de Cervantes, refiriéndose a él como Miguel. “Todos se hacen la ilusión de que han conocido a la familia”, dice Azorín sobre ellos. En todas las conversaciones que mantiene con los toboseños, insisten estos en que Cervantes era manchego (en realidad nació en Alcalá de Henares, según cuenta él mismo en alguna de sus obras).
Termina la crónica en Alcázar de San Juan, donde Azorín reflexiona sobre la exaltación española, y sobre todo sobre la manchega. “La patria de Don Quijote”, lo llama el autor, que ve la fantasía de la obra de Cervantes indispensable para los manchegos, cuya tierra le parece monótona y en la que el tiempo pasa muy despacio.

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