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jueves, 2 de mayo de 2013

Cartas Finlandesas, Ganivet




Ángel Ganivet García (Granada, 13 de diciembre de 1865 - Riga, Letonía, 29 de noviembre de 1898) fue un escritor y diplomático español que perteneció a la Generación del 98, proyectando su lucha interior sobre su visión de España en su obra Idearium español. 

Ganivet en Cartas Finlandesas, nos muestra la opinión que las mujeres finlandesas tienen sobre los españoles y las españolas. En primer lugar comienza su texto definiendo a la mujer finlandesa como ser superior al hombre finlandés en inteligencia. La mujer finlandesa desarrolla sus actividades en un marco de igualdad y de libertad, pues como el propio Ganivet relata tras su propia experiencia, las mujeres pueden reunirse con hombres para realizar actividades sin ser juzgadas por sus novios, maridos o padres. En esta misma situación la mujer española si hubiese sido juzgada. 

En Cartas Finlandesas, Ganivet profundiza en la idea que las mujeres finlandesas tienen sobre los hombres españoles. El estereotipo de hombre español se basa en el hombre orgulloso, duros de corazón, semibárbaros o semiprimitivos. Además el hombre español es proclive a la guerra, lo que convierte a España en una ciudad sin ley, en la que las mujeres no pueden ir solas por la calle pues sería muy peligroso para ellas. 

Esta concepción del hombre español, se fundamenta en las creencias religiosas de los españoles, es decir, en el catolicismo y en las celebraciones taurinas pues son símbolo del atraso intelectual. Tampoco ayuda a la creación del estereotipo español, la información que reciben a través de los manuales de estudio. En el apartado sobre la Historia de España, los finlandeses estudian hasta la Reforma de España pero a partir de ese momento la Historia de España es algo más turbio. 

Con respecto a la idea que las finlandesas tienen sobre las mujeres españolas consideran  que las españolas son esclavas del marido y de su hogar, seres de mucha belleza pero de poca inteligencia. Las finlandesas sienten lástima por todas las españolas pues la mayoría son analfabetas y viven sometidas al marido. 

Como el propio Ganivet explica la situación de las mujeres está cambiando y que los índices de analfabetismo están disminuyendo.

Como concepción personal considera a la mujer finlandesa la que debería sentir pena de ella misma pues la mayoría quedan solas, sin familia y sin marido pues rechazan a todo por dedicarse a sus estudios y a sus profesiones. En contraposición, en una concepción machista, considera a la mujer una afortunada de no tener que hacerse cargo de sustentar a una familia y que se aprovechan de sus maridos. 

José Martínez Ruíz, Azorín


José Martínez Ruiz, conocido popularmente como Azorín, es una escritor perteneciente a la Generación del 98 pero que no solo destaca por sus obras literarias sino también por sus escritos periodísticos. Por ello es un autor que nos interesa para nuestra revista cultural El Papel Literario. 

Nuestro trabajo sobre Azorín se estructura en seis partes: 
  1. Introducción
  2. Azorín  y la generación del 98
  3. Azorín y el periodismo
    • Cien artículos de Azorín en la prensa
  4. Azorín y el cuento
    • La ruta de Don Quijote
  5. Azorín y la novela digresiva
    • Las confesiones de un pequeño filósofo
  6. Estructura, significación y sentido de la voluntad
    • La voluntad

La siguiente presentación de power point puede servir de ayuda para la compresión de los puntos principales de nuestro trabajo que se encuentran publicados en este blog. 




La Voluntad, Azorín


El argumento de la novela es insustancial, demasiado tenue y se basa en la reflexión y la sensibilidad que se define en la personalidad de Yuste en la primera parte y de Antonio Azorín en lo sucesivo.
La voluntad testifica la obsolescencia de la novela tradicional, anticipa lo que serán la novela lírica y vanguardista y es el modelo de la llamada” novela pedagógica”. Es una novela de la España negra, mazorral y profunda, trabajada por el estoicismo y la tristeza.
La pareja de Yuste y Azorín consiste en una larga cadena de reflexiones acerca del sentido y los horizontes del ser de España en un ámbito ideológico.
Azorín asume la rutina y la inercia de lo vulgar: matrimonio con la Iluminada, mezquinidad del medio rural, ideología conservadora mostrenca. Su degradación se simboliza en las litografías religiosas que adornan su casa y en su asentamiento resignado en el asunto del estandarte del Santísimo.
La novela en sí describe como luchan los personajes por encontrar una solución vital. Un hombre que está roto psicológicamente y trata de incorporarse a la vida de un ambiente extraño para él. Se pregunta el porqué de su existencia. Su vida misma se convierte en la crónica de toda una generación española.
En la primera parte se limita a hacer una descripción de la ciudad (Yecla) con todos los elementos que componen a una ciudad de la época religiosa de entonces.
Utiliza a Puche y Justina para explicar el sentir del hombre ante el mundo. Puche es un viejo clérigo de sesenta años con cara escuálida. Utiliza palabras untuosas, benignas, mesuradas y sugestivas. Justina es una moza fina y blanca que parece que siente pasión por Azorín pero acaba dedicándose al aspecto religioso y metiéndose en un convento. A través de conversaciones entre ellos refleja el anhelo del hombre ante la riqueza, cómo se acongoja vanamente y cómo los animales son más felices que los hombres. Trata la idea de que la sencillez ha huido de nuestros corazones. Hace alusiones a la Biblia con pasajes de Jesús para reflejar las andanzas y pensamientos de los personajes.
Azorín es un mozo ensimismado y taciturno que habla poco y reflexiona mucho. Escucha mucho al maestro y tiene su espíritu saturado de tristeza. El maestro le aconseja que todo pasa, que el tiempo tampoco es eterno. La eternidad no existe. Donde hay eternidad no puede haber vida. Vida es sucesión de tiempo y el tiempo cambiante siempre es la antítesis de eternidad, presente y siempre. Él es un periodista representativo de la época pero es anárquico.
La novela trata aspectos profundos y psicológicos a través de los diálogos del maestro con los personajes. Para el maestro la sensación crea la conciencia y la conciencia crea el mundo. No hay más realidad que la imagen, ni más vida que la conciencia. No importa que la realidad interna no acople con la externa. El error y la verdad son indiferentes. La imagen es todo. Y así es más cuerdo el más loco.
Entre sus conversaciones también tratan temas  de los hombres en sociedad. Si cambiamos el medio de hacer las cosas, podemos conseguir que el trabajo y el placer se complementen y cambien al hombre. La fuerza es lo que mantiene el miedo, de la fuerza brota la propiedad, y de la propiedad el Estado. Tratan temas sociales que afectan a las personas como el poder, la regeneración de España, la no creencia en los valores para conseguir una sociedad eficiente.
Tanto Yuste como Azorín son en la novela espíritus avanzados, progresivos, radicales. En ellos hay cierta inquietud, desasosiego, reacción contra la idea fija. El personaje de Iluminada es una voluntad espontánea y libre. 
Al morir al final de la primera parte Justina y Yuste, Azorín tras pasar por duros momentos como un descabellado romántico y con el espíritu apagado, comienza a centrar su cabeza y sus pensamientos hacia Iluminada. A raíz de los acontecimientos y ya en la segunda parte el autor nos muestra a Azorín como periodista por Madrid. Lo que le inspira más repugnancia es la frivolidad, ligereza, la inconsistencia del hombre de letras. Para él, un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos y hace promesas que no va a cumplir. Él es un revolucionario y crítico de la sociedad en la que se rodea y la única salida que encuentra para soportar esto es la literatura. Dice que el periodismo ha sido la contaminación de la literatura. Tras diez años en la capital de España, hastiado de periódicos y libros regresa  de nuevo al pueblo y cada vez más decepcionado. 
Tanto en la presentación del aniversario de Larra como con sus profundas meditaciones en la Biblioteca Nacional, las conclusiones a las que llega Azorín por sus pasos por Madrid es que su pensamiento está vacío. Siente una disgregación de la voluntad y de su personalidad. Yuste influyó en él y en su espíritu y Justina hizo también que se rompiera su propia voluntad. Le faltaba la fe y no creía en el progreso.
La parte tercera del libro está constituida por fragmentos sueltos escritos a ratos perdidos por Azorín, con su espíritu perdido y extraviado. Unas cartas del propio Martínez Ruiz a Pio Baroja nos permiten intuir el final de la novela en las que Azorín pierde la voluntad.

Estructura, significación y sentido de La Voluntad de Azorín


La primera novela de Martínez Ruiz (quien le roba el nombre al protagonista y lo convierte en su pseudónimo Azorín) fue La Voluntad en 1902. Una de las mayores características de esta obra es que se trata de una metáfora poética por sus valores estrictamente literarios, además de la significación entre el presente y el pasado. Se puede entender como una autobiografía moral e intelectual debido, no sólo a la historia que narra, sino también a la estructura que utiliza. Está compuesta por una forma discursiva innovadora que ayuda al lector a encaminarse hacia un determinado significado que el autor quiere inculcar al lector: el sentimiento de claudicación de un grupo de intelectuales que habían creído en una posible regeneración económica, cultural y política de España del siglo XIX y los hombres del 98 que se entregaron a la literatura.
Otro de los rasgos que caracterizan a la novela es la insistencia de lo religioso. El prólogo comienza introduciendo aspectos que dirigen al lector hacia el campo de lo eclesiástico. Durante toda la obra podemos observar como el autor hace un detalle minucioso de cada uno de los elementos característicos de la religión en la ciudad, desde campanas hasta torres de iglesias, cuadros, curas y beatas.
Se une además la insistencia en los aspectos religiosos con el determinismo naturalista. Toda la vida de la novela está ciertamente condicionada por lo eclesiástico y por el espíritu de los habitantes del pueblo. El novelista enfrenta lo religioso con lo civil.
Los personajes que aparecen en la novela son puramente religiosos, algunos escépticos y sobretodo se preguntan mucho por el porqué de las cosas. Indagan profundamente en cada tema que les aflige. Puche, clérigo de voz dulce y susurrante, ser convincente que arrastra el pensamiento del oyente con todo tipo de recursos lingüísticos. Justina, joven pronta a la abnegación y al desconsuelo, recoge las palabras del maestro. Es muy impresionable y se entrega a la voluntad de Puche quien le transmite que la vida es continuo dolor y que los hombres deben ser buenos, pobres y sencillos y los grandes tienen que ser humillados y los humildes ensalzados.
Martínez Ruiz se basa en aspectos de libros de Schopenhauer, entre ellas la más importante: el mundo como voluntad y representación. El filósofo alemán se basa en el pesimismo y la voluntad. Para él el mundo no es sino una representación subjetiva, aunque lo conocemos y lo vivimos. Para vivirlo es preciso la voluntad, que no es sino eterno desear y, por ello, un permanente estado de inquietud e insatisfacción. La voluntad del hombre es, pues, voluntad atormentada y, como es la voluntad del mundo (de nuestro mundo) éste es un mundo irresuelto, carente de sentido. No queda otra salida, si se quiere la liberación del dolor, que la negación de la voluntad, del desear, de la insatisfacción. Y esto sólo se consigue huyendo del mundo (lo subjetivo) para pasar a un estado contemplativo (lo objetivo).
La postura intelectual de los personajes de Puche y Yuste no deja de tener algo en común. Para Puche, el sacerdote, el presente carece de sentido, es un tránsito. Para Yuste, todo es pasar. Sin embargo tienen dos modos distintos de encarar la realidad y la vida.
Azorín entiende que el único modo de cambiar la sociedad es la fuerza y acude durante la obra al maestro para significarle su condición de adhesión. Temas sobre la propiedad, regeneracionismo y el caciquismo, la metafísica y la sociología, la fugacidad del artista o la vulgaridad religiosa y política se pueden apreciar en la novela.
Es una novela selectiva en la que priva la elipsis. Más que ante capítulos nos hallamos ante cortas impresiones de momentos de especial intensidad.
Pero Martínez Ruiz, en La voluntad, va más lejos, porque no nos presenta necesariamente fragmentos intensos. Casi podemos decir que sucede lo contrario. Así, la relación entre Justina y Azorín no se narra en sí.
El autor nos había advertido ya anteriormente que su personaje era como un símbolo, pero La voluntad es todavía una novela crítica en la que las cartas finales dejan la esperanza de una vida nueva. El Martínez Ruiz firmante de dichas cartas a Baroja se resiste a creer que Azorín se haya dejado vencer definitivamente. Confía en un retorno a la lucha.
Y así otorgamos a La voluntad el sentido de ser metáfora de la biografía intelectual de unos escritores que pasaron de la crítica y la protesta, de la denuncia y la oposición, a la contemplación, a la literatura descriptiva o creadora de paisajes y al encierro en su propio yo.

Las Confesiones de un Pequeño Filósofo, Azorín


Las confesiones de un pequeño filósofo se imprimió en 1904, y fue el último libro que Azorín firmó como José Martínez Ruiz. Es la tercera parte del conjunto autobiográfico del que forman parte La voluntad (1902) y Antonio Azorín (1903), y en todas ellas el protagonista es el mismo autor de la obra. 
Confesiones de un pequeño filósofo narra su infancia, su colegio, sus familiares, su juventud, etc. El libro se compone de capítulos muy cortos de apenas dos páginas, en los que recuerda su vida en Yecla, pueblo en el que sucede la acción de esta obra. Sin embargo no cuenta una historia en sí, sino que se dedica a recordar y a contar su vida desde la perspectiva que tenía siendo un niño pero mezclado con observaciones que hace en el momento en el que escribe. No obstante, la obra la escribe siendo ya adulto, en el mismo pueblo en el que creció, por lo que se ve invadido por los recuerdos de aquel lugar. Resulta llamativo el punto de vista desde el que lo hace, en primera persona y como si estuviera realmente presente en el pasado. En ocasiones utiliza el tiempo presente para acercar al lector a su recuerdo, pero también lo mezcla con el pasado para insistir en la idea de que se trata de varios recuerdos.
Básicamente el libro es eso, un conjunto de recuerdos de su infancia. No hay trama ni historia, el protagonista es él y los personajes las personas con las que compartió su infancia, como sus compañeros de clase, sus profesores o sus familiares. Por todo ello, como se ha explicado antes, toda la novela en sí es una digresión, ya que está escrita a partir de las divagaciones del autor, que es el mismo protagonista de la obra. Tampoco sigue un orden cronológico, de hecho no hay línea temporal, sino una sucesión de recuerdos apenas ordenados en el tiempo.
En ocasiones da la sensación de que los capítulos no tienen relación entre sí, que tan sólo son ocurrencias del autor, como ocurre con los capítulos de "Las puertas" y "Las ventanas", en las que se dedica a describir la sensación que le producen dichos objetos. Pero lo llamativo de Azorín es cómo hace de algo tan simple como es una puerta un breve capítulo de su novela y cómo lo finaliza con una breve reflexión:
No hay dos puertas iguales: respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio...
Algunos capítulos se pueden recoger en dos bloques: los que tratan sobre familiares, y los que hablan sobre los Padres de su colegio (religioso) y su vida en él.  En la mayoría de ellos utiliza el tiempo pasado y presente. Primero hace una referencia a la realidad en la que está escribiendo (Recuerdo...) y más tarde cuando habla del personaje utiliza el verbo presente (está, lleva, creo, guardo...)
También es destacable el reiterado uso del "Yo" que hace el autor, de modo que deja claro el carácter autobiográfico de la obra. En ocasiones también se dirige directamente a los lectores (os diré, como veréis...).
Por último hay destacar los últimos capítulos del libro, en los que describe cómo caminando por las calles y visitando el colegio de su infancia los recuerdos han surgido y han permitido escribir la novela. Y es un sentimiento con el que el lector se puede sentir identificado:
Toda mi infancia, toda mi juventud, toda mi vida han surgido en un instante. Y he sentido - no sonriáis- esa sensación vaga, que a veces me obsesiona, del tiempo y de las cosas que pasan en una corriente vertiginosa y formidable.

Azorín y la novela digresiva


La novela digresiva se caracteriza por los movimientos digresivos en la narración, es decir, la exposición de ideas, reflexiones o comentarios al margen de la historia que se está contando. Esto influye en la linealidad de la exposición, en la sucesión de los acontecimientos o en la progresión de la trama. En la novela digresiva se narra una historia pero el autor se desvía de la trama a través de argumentos, hojas de diario, ensayos, etc.
El autor J. A. G. Ardilla señala El Quijote como primer ejemplo de novela digresiva en España, ya que la voz narradora se sustrae de la trama para dar paso a las divagaciones del autor. Añade además que Cervantes rompe la linealidad cronológica y da paso a varias voces narradoras. Otro ejemplo de digresión es El lazarillo de Tormes, ya que también rompe esa linealidad cronológica a la hora de contar la historia.
No obstante, el autor indica a Azorín y Unamuno como innovadores del Modernismo, aunque nos centraremos en el primero de ellos. J. A. G. Ardilla indica que en La voluntad de Azorín, el autor rechaza el modelo genérico de la novela realista, que se concebía como un movimiento narrativo. En La voluntad Azorín mantiene conversaciones con su maestro Yuste, lo que supone una digresión reflexiva dentro del relato. El autor señala a su vez que Azorín se sitúa a favor de lo digresivo y las divagaciones, donde se pone en práctica en Las confesiones de un pequeño filósofo a través de la superposición del autor y del personaje. En esta obra el protagonista es el yo lírico del autor, y toda la novela es una digresión, ya que no cuenta una fábula. En esta obra desaparece la trama en línea recta y la objetividad, características propias del Realismo. Azorín insistió en la necesidad de prescindir de trama, y por lo tanto, lo que prevalece en sus novelas es la digresión.

La ruta de Don Quijote, Azorín




La estrecha relación de Azorín con el periodismo se ve reflejada en La ruta de Don Quijote, que escribe tras su viaje por Castilla-La Mancha. 
En 1905, con motivo del tercer centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote y por encargo del diario El Imparcial - dirigido entonces por José Ortega Munilla, padre de José Ortega y Gasset- Azorín comienza una ruta que, durante quince días, le llevará a visitar los lugares manchegos más emblemáticos en la obra de Cervantes: Argamasilla de Alba – más conocido como “Cinco casas”- Puerto Lápice, Ruidera, Campo de Criptana, El Toboso y Alcázar de San Juan.
Viajar por la llanura manchega a comienzos del siglo XX era muy diferente a hacerlo hoy, ya que Azorín realizó la mayor parte del trayecto en carro (según dice, tardó ocho horas en recorrer los escasos treinta kilómetros que separan Argamasilla de Ruidera y veinte horas en ir y volver de Argamasilla a Puerto Lápice) y acompañado en todo momento de un arma, aconsejado por José Ortega Munilla, que antes de partir le dijo: "en todo viaje hay una legua de mal camino". 
La obra está compuesta por 15 crónicas que tras publicarse en “El Imparcial”, no tardaron en unirse en un libro. 
“Yo creo que le debo contar al lector, punto por punto, sin omisiones, sin efectos, sin lirismos, todo cuanto hago y cuanto veo”. Esta frase aparece en La ruta de Don Quijote, y efectivamente es lo que hace Azorín. Describe minuciosamente cada palmo del paisaje que va viendo en el trayecto, y reproduce tal cual las conversaciones que tiene con las personas con las que se va encontrando, transportando al que lee a esos pueblos manchegos. Además, va enlazando pasajes de El Quijote con los sitios en los que está en cada momento, haciendo que el lector conecte la realidad con la ficción de la novela de Cervantes.
Azorín comienza su relato con el momento en el que va a partir hacia los pueblos manchegos, y reflexiona sobra la vida del periodista. Prosigue con su trayecto en el tren, donde mantiene una conversación con otros dos pasajeros que se dirigen como él, a Argamasilla de Alba, pueblo al que los lugareños llaman “Cinco Casas”.
Una vez en Argamasilla, lo acogen unos días en una casa donde le cuentan la historia del municipio, y vive el día a día de los orgullosos argamasilleros, convencidos de que Cervantes escribió su obra maestra El Quijote en una cueva del pueblo, donde estuvo preso. No permiten que Azorín dude de este hecho, ya que es el gran orgullo de Argamasilla de Alba.
Azorín se dirige en carro esta vez, para continuar su ruta quijotesca. Se aloja en un mesón en Puerto Lápice, pueblo en el que Don José Antonio – un curioso lugareño que edita él solo un periódico local-  lleva al escritor al lugar donde se encontraba la famosa venta en la que Don Quijote fue armado caballero. 
El siguiente destino fue Ruidera, donde se sitúan las famosas lagunas. Aquí solo descansará el autor, para seguir hacia la Cueva de Montesinos. En el camino, Azorín hace referencia a lo relativas que son las distancias en la Mancha: “una tirada” son 6 u 8km, “estar cerca” equivale a unos 2km y “estar muy cerca” quiere decir que todavía queda por recorrer un kilómetro largo.
En Criptana destacan los molinos de viento y una de las escenas más famosas vividas por Don Quijote, en su lucha contra los gigantes que veía. Cuenta Azorín que los molinos eran una novedad en la época de Cervantes, ya que se implantaron en la Mancha en 1575. En Criptana no se sienten orgullosos de que Don Quijote pasara por el pueblo, sino de que lo hiciera Sancho Panza, ya que según el escritor los habitantes del pueblo son su viva imagen.
Después llega Azorín a El Toboso, lugar emblemático también por el personaje de Dulcinea del Toboso. Pasa el autor de esta ruta por la casa de la misma, llamada en realidad Doña Aldonza Zarco de Morales. 
Aquí todos los habitantes hablan con la mayor naturalidad de Cervantes, refiriéndose a él como Miguel. “Todos se hacen la ilusión de que han conocido a la familia”, dice Azorín sobre ellos. En todas las conversaciones que mantiene con los toboseños, insisten estos en que Cervantes era manchego (en realidad nació en Alcalá de Henares, según cuenta él mismo en alguna de sus obras).
Termina la crónica en Alcázar de San Juan, donde Azorín reflexiona sobre la exaltación española, y sobre todo sobre la manchega. “La patria de Don Quijote”, lo llama el autor, que ve la fantasía de la obra de Cervantes indispensable para los manchegos, cuya tierra le parece monótona y en la que el tiempo pasa muy despacio.